
Entraremos a 2026 con una inflación que aún carga la inercia de las indexaciones y algunos rezagos de 2025, por lo que el primer tramo del año luce exigente. Aun así, el consenso de analistas ya perfila un proceso de desinflación paulatina que gana tracción trimestre a trimestre. Las expectativas apuntan a que la inflación total convergería hacia una zona entre tres y cuatro al cierre de 2026, con medianas cercanas a 3,6% o 3,7% y bandas de riesgo todavía abiertas.
El núcleo debería acompañar esa trayectoria de convergencia, aunque con una persistencia algo mayor al inicio por la transmisión de salarios, arriendos y servicios.
Las mismas encuestas ubican la subyacente hacia finales de 2026 en un rango medio de tres puntos largos, coherente con una demanda que se normaliza y con choques de oferta menos extremos que en los últimos años.
Nuestra lectura para 2026 es sencilla. El arranque será alto por el efecto de la subida del salario mínimo sobre rubros intensivos en mano de obra y contratos, manteniendo un diferencial frente a la inflación promedio del año similar al observado a lo largo de este gobierno.
Ese impulso pierde fuerza con el paso de los meses, a medida que se diluye la indexación, se estabilizan los costos financieros y la oferta responde. El telón de fondo monetario también acompaña.

Las trayectorias implícitas en las encuestas sugieren un sesgo de normalización en la tasa de intervención de aquí a diciembre de 2026, lo que ayuda a reanclar expectativas y a reducir presiones de segunda vuelta.

En el canal cambiario usamos la senda de USD COP como supuesto central para explicar el traspaso a transables y su pérdida de tracción si el tipo de cambio se estabiliza. Como simple referencia para el lector, el Banco de la Republica muestra medianas en torno a cuatro mil cien para diciembre de 2026, útil para contrastar la narrativa sin convertirla en ancla del pronóstico.

La energía será decisiva por una vía muy comprensible. El IDEAM reporta que el país llega a 2026 bajo influencia de una Niña débil, con alta probabilidad de transición a condiciones neutrales entre enero y marzo. Esto favorece embalses frente a un escenario seco y reduce la probabilidad de presiones fuertes y persistentes sobre la electricidad, aunque con rezagos de transmisión a tarifas y heterogeneidad regional.
Los mismos reportes prevén precipitaciones por encima de lo normal entre noviembre y enero y nuevamente en el período de febrero a abril, lo que también suma a un telón hídrico menos adverso que el de un episodio seco.
El gas natural merece un recuadro propio. La tensión en el abastecimiento puede elevar el costo marginal de la generación térmica y trasladarse a precios regulados y a costos industriales si el estrés persiste durante varios meses, coincide con mantenimientos en infraestructura o limita las alternativas de suministro.
No lo tomamos como escenario base, pero sí como riesgo al alza que, de materializarse, podría ralentizar la convergencia. En las expectativas de regulados se aprecia precisamente una dispersión mayor, con una mediana que converge pero mantiene más varianza que otros rubros.
Los mismos reportes prevén precipitaciones por encima de lo normal entre noviembre y enero y nuevamente en el período de febrero a abril, lo que también suma a un telón hídrico menos adverso que el de un episodio seco.

El petróleo y la tasa de cambio completan el marco. En crudo, 2026 estará marcado por titulares sobre decisiones de producción, cronogramas de nuevos proyectos y la disciplina de inversión, con las principales casas ponderando un balance fino entre la oferta no OPEP y los ajustes de la OPEP+. En la tasa de cambio, el tono lo darán el diferencial de tasas frente a socios, los flujos y el pulso fiscal. Sin entrar a cifras, ese ruido configura shocks transables de signo incierto, que tratamos como sensibilidades narrativas y no como anclas del escenario.

Con todo, nuestra opinión es que 2026 arranca con una inflación que todavía se siente alta por las indexaciones y termina más cerca de la meta, gracias a la moderación del núcleo, a un clima más benigno para la energía y a una postura monetaria menos restrictiva que hace un año. El consenso de expectativas ya transita en esa dirección.
El trabajo ahora es seguir de cerca la senda de la tasa de cambio frente a la referencia de encuestas, la actualización mensual del IDEAM para confirmar la transición a neutral y la dinámica de tarifas, validando si los riesgos de gas o de energía se vuelven persistentes o simplemente ruidos que no descarrilan la convergencia.


